Hablar de la cuarentena da para días y días escribiendo lo que para cada uno ha sido vivir estos tiempos inéditos. Nuestras vivencias son únicas. Por otro lado, aún en distanciamiento físico los vínculos se mantienen, dependiendo de cada uno mejoran o empeoran, pero no dejan de existir. Más aún, en confinamiento hemos creado nuevos vínculos. Porque lo humano implica eso, estar vinculado, lo cerca o lejos físicamente hablando no elimina nuestros vínculos, sólo modifica cómo los vivimos.
Soy de familia muy grande sobre todo del lado materno, pero salí de mi país natal (Perú) con 5 años, así que no pude convivir cerca físicamente con esa gran familia. Mi infancia, adolescencia y adultez la viví con mi pequeño núcleo familiar de mis dos padres, y mis dos hermanos menores.
Mi hermana menor decidió irse a vivir a Perú hace ya casi 5 años. Mis padres decidieron ir a acompañarla hace ya tres. Con la cuarentena se hizo imposible planificar un regreso eventual de ellos, así que tenemos ya todos estos años sin vernos "frente a frente". Acá seguimos mi hermano y yo cada uno con su núcleo familiar.
Crecí entonces manejando de primera mano el tener vínculos afectivos muy fuertes con distancias físicas muy lejanas. De niño y adolescente me escribía cartas con mis abuelas, mínimo postales (cosa que sólo mi generación entenderá de qué hablo). Con mis primos compartí poco no sólo porque la mayoría son menores que yo, sino que además la tecnología nos fue acercando ya de grandes. Así que los vínculos más cercanos físicamente hablando siempre fue con personas que "elegí" tener cerca, amigos y compañeros, de esos que aparecen en nuestra vida por karma, ese vínculo que trasciende tiempo y espacio.
Como costumbre natural asumimos esos familiares postizos, unos por motivación propia, otros porque tus padres los hacen estar presentes en tu vida. Sea como fuere crecí con gente muy querida y con quienes mantengo aún esos vínculos afectivos fuertes y sólidos. Con otros, pues no. O, la distancia física fue poniendo el vínculo en desuso, o, aún cerca en distancia, nuestras vidas dejaron de compartir cosas en común que también hicieron al vínculo menos presente.
La cuarentena hizo que todo lo "normal" dejara de serlo y nos hemos ido adaptando, algunos con menos destreza que otros, a trascender la distancia física para valorar de manera distinta el vínculo que tenemos con todos nuestro seres queridos, conocidos y no tan queridos también.
La videollamada pasó a ser algo necesario, la app de mensajería y las redes sociales más usadas, abrimos nuestro rango de acción "digital" o "virtual" para poder sentirnos cerca de los que necesitamos cerca. Bien sea por necesidades afectivas o por cumplir con responsabilidades, hemos vivido tiempos donde el valor del vínculo ha sido protagonista por excelencia de nuestro día a día. ¿Con cuántos he podido conversar? ¿Quiénes me respondieron? ¿Cómo me respondieron? Han sido interrogantes que marcan mi día a día en cuarentena en cualquier ámbito digital/virtual y obviamente respondiendo a esa necesidad o responsabilidad que asumo.
Desde lo laboral, necesitamos estar cerca de los jefes, empleados, clientes o usuarios. Desde lo académico, necesitamos estar cerca de nuestros estudiantes, compañeros o profesores/instructores. Desde lo afectivo, necesitamos sentirnos cerca de nuestros seres queridos. Aún cuando la cuarentena ha sido la excusa perfecta para no estar cerca "del otro" que no quiero, o para no asumir la responsabilidad que no quiero, siempre tendremos necesidades humanas básicas para que busquemos cómo aprovechar los vínculos que necesitamos.
El budismo expone el "origen dependiente", que en resumen implica que todos estamos relacionados por hilos invisibles pero irrompibles que trascienden el tiempo y el espacio, y que responden a lo que hemos construido con nuestras acciones, palabras y pensamientos. Así, estamos vinculados con nuestra familia, amigos, vecinos, compañeros, queridos o no, y al final con toda la humanidad, por ese origen dependiente que responde al karma que hemos creado individual y colectivamente.
Por ese origen dependiente, lo que hace o le sucede a uno de mis seres queridos, me afecta, me involucra, repercute en mi vida. Igualmente, mis acciones, palabras y pensamientos también impactan en quienes están vinculados a mí. Lo que digo o dejo de decir, lo que hago o dejo de hacer, e incluso lo que pienso, impacta en la vida de quienes están vinculados a mi vida. Como la piedrita que cae en el agua y genera ondas que se esparcen por todo el estanque, nuestras acciones impactan la vida del resto en un alcance que no somos capaces de captar y apreciar en la mayoría de los casos.
Quien logra darse cuenta y asumir la validez de esta teoría filosófica budista le otorga un valor mucho más profundo a los vínculos con quien le rodea, a sus acciones, expresiones, gestos hacia sus seres queridos cerca o lejos físicamente. Conocer este principio y convertirlo en base de nuestra cotidianidad convierte a cada instante en algo valioso, único e irrepetible, porque el mensaje enviado o recibido, la llamada realizada o atendida, el encuentro planificado o fortuito, se asume como respuesta o consecuencia a lo kármico presente en ese vínculo, y a su vez como la causa para mejorar y aprovechar al máximo cómo deseo transformar ese vínculo para mejor.
Tengo seres queridos cerca y lejos (físicamente), personas a mi responsabilidad cerca y lejos, y la labor de todos los días es darle valor a cada vida que me rodea. No siempre lo logro, pero la tarea está en mantener el esfuerzo siempre presente. No todos los días vamos a conectarnos con todos nuestros seres queridos o de quienes somos responsables, pero la tarea es mantener en nuestro corazón el deseo del bienestar y felicidad de todos los vinculados a nuestra vida.
En todos estos meses de cuarentena he logrado profundizar el vínculo humano con más personas a mi alrededor. Familiares, vecinos que pasaron a ser amigos, referidos de otras personas con quienes establecí un buen vínculo humano, y muy especialmente retomar el vínculo con quienes se había pausado por distintos motivos. Cada ser que ha pasado a ser especial en mi vida durante esta cuarentena le da un "signo positivo" a lo vivido en estos meses de crisis mundial.
Porque somos más humanos en la medida que expresamos ese humanismo y eso implica cómo nos vinculados con quien nos rodea "kármicamente" hablando. Que la cuarentena nos haya hecho más hábiles para expresarnos a través de todos los medios digitales/virtuales y sentirnos más cerca de nuestros seres queridos y compañeros apreciados, tiene un valor inmenso en nuestra vida, enriquece nuestra existencia y nos otorga mayores recursos para seguir venciendo las dificultades propias de la crisis mundial.
Ofrecer y recibir ánimo, cariño, cuidados, atenciones, hacen que las dificultades económicas, de salud, o de cualquier otra índole se enfrenten con más energía vital, porque producto de esa simbiosis con quienes estamos vinculados nuestra vida se expande desarrollando nuevas capacidades, buscando y encontrando nuevas alternativas. Aunque parezca complejo de comprender, aún en momentos donde sentimos desánimo, el preocuparnos por enviar un mensaje de ánimo y aliento a otro extrae un potencial propio a veces desconocido que termina por darnos la energía vital que no sabíamos de dónde sacarla. Es una de las formas en que el valor del vínculo humano se manifiesta.
Mi práctica religiosa (entonar Nam Miojo Rengue Kio), sumado a mi participación activa en la organización a la que pertenezco (Soka Gakkai), me brindan la herramienta y el escenario para darle el supremo valor a cada vínculo que va teniendo presencia en mi vida, incluyendo a los que no disfruto, porque de esos también se extrae un valioso aprendizaje. Mientras mantengo mi práctica y participación en las actividades de la SGIV, voy sintiendo cómo cada vínculo que vivo alimentan mi existencia. Mi familia, mis vecinos, mis amigos, mis compañeros, mis clientes, mis proveedores, todos cumplen una misión irremplazable en mi vida para saberme más humano, para actuar de manera más humanista, aún dentro de la burbuja digital/virtual que la cuarentena nos hace vivir. Sigo procesando mis relaciones interpersonales con el mayor respeto y aprecio por todo lo que ofrecen y me permiten ofrecer.
No permitamos que la cuarentena nos quite nuestra esencia humana: vincularnos desde nuestro humanismo.
A todos los que les llegue este relato, mi eterno agradecimiento tan sólo por estar vinculado a mi vida.
Seguimos juntos, en el daimoku, en la vida.